Quizás la cualidad más peligrosa de lo
cotidiano sea la facilidad con que se transforma en habitual. El hábito, como
tal, se presenta como una suerte de suspensión – ¿o un vaciamiento? - de
sentido: es automático, está a la mano, no hace pregunta, se sirve de supuestas
obviedades y, quizás por ello, constituya la respuesta más perfecta, rápida y
eficaz.