El debate sobre la normalidad y la anormalidad no es nuevo. Tampoco es exclusivo del campo de la psicología, a pesar de que la tendencia sea intentar adueñárselo
Lo cierto es que filósofos, sociólogos, antropólogos y todo tipo de científicos han intentado dar una respuesta más o menos coherente al respecto. Algunos lo han logrado, otros no tanto, pero eso no es lo importante en este caso, dado que no vamos a debatir las diversas concepciones de la normalidad y la anormalidad. La idea de este artículo, si bien toca de cerca a esta temática, es completamente otra: Se trata de pensar cómo dentro de este campo la categoría de anormalidad gana cada vez más terreno, terminando por delimitarse una anormalidad (vale decir: lo que sale de lo convencional: tanto lo que sale de "lo normal" como de "lo normativo"), digamos, cada vez más normal.
Hace algunas semanas, viendo televisión, me topé con un informe dedicado exclusivamente a una pareja de hermanas mellizas, ambas con diagnóstico de autismo- Síndrome de Asperger, para ser más exactos-, pero que eran dueñas de un especial don: podían traer a su memoria, casi al instante, absolutamente cualquier recuerdo: nombres de canciones, de personas, de programas de televisión y radio, fechas y horas exactas de diversos eventos lejanos y cercanos en el tiempo, así como también los eventos mismos con un detalle que tocaba lo absurdo. Una nota: Si bien este esbozo de anécdota puede recordar al desgraciado Funés, el Memorioso; a las hermanas se las veía muy contentas de recordar tantas cosas. Se sentían especiales. Retengan esto.
Sin embargo, los especialistas no dudaron en diagnosticar, además de autismo, lo que Darold Treffert ha dado en llamar Síndrome del Sabio: un estado patológico según el cual algunas personas con desórdenes mentales, pese a sus discapacidades físicas, mentales o motrices, poseen una sorprendente habilidad o habilidades mentales específicas. Y si nos ponemos más específicos aun, esta profunda agudeza de memoria, también tiene su nombre formal: Hipermnesia: que sería algo así como un sobre-recordar, recordar demasiado, más de la cuenta: más de lo normal.
¿A qué vienen estos datos? A que me resulta sumamente curioso este embrollo, al que no sé si llamar furor diagnóstico o furor nominativo (o mejor aun: furor tranquilizador): o se trata de ponerle a todo un diagnóstico médico, o simplemente de que todo debe tener un nombre. Sea cuál fuere el caso, se trata de cualquier manera de perspectivas alienantes: soy esto, soy lo otro; tengo esto, tengo lo otro. Eso, lo sabemos, se traduce en: Carlitos tiene esto, o tiene lo otro... y de allí a: Carlitos es esto, o es lo otro; por ejemplo: Carlitos está loco.
Yo, como siempre, no tengo más que preguntas. A Dios gracias, siempre me topo con gente que no tiene más que respuestas.
Entonces, ¿en qué medida tener semejante memoria, por ejemplo, puede ser una patología? Entiendo, en todo caso, que semejante memoria puede resultar sumamente poco convencional... tan poco convencional como Cristobal Colón insistiendo con que la Tierra era redonda. Pero: ¿un estado patológico? Otra nota: la palabra patología deriva de las palabras griegas logia- estudio- y pathos- sufrimiento, daño-; es decir que, en su raíz, la patología se define como el estudio del sufrimiento. En lo respectivo a la salud, sería entonces la rama dedicada al estudio de las enfermedades como procesos o estados que causan sufrimiento, daño, deterioro.
Antes pedí que retuvieran que las hermanas estaban sumamente contentas con su condición. Funes, en cambio, no era feliz: todas las mañanas, al mirarse al espejo, se veía profundamente cambiado, dado que recordaba en detalle su rostro del día anterior. Pero este no es el caso: ellas son felices, veían (vivían) su memoria como un don. De todas maneras, el ejemplo de la hipermnesia, fue sólo para entrar en tema. Pueden investigar, pero existen otras de estas categorías con dudosa etiqueta patológica.
Creo que vamos camino a la enfermedad colectiva. Hoy en día, todo comportamiento tiene un nombre más o menos patológico. En lo que se refiere específicamente a salud mental, digamos que, al parecer, según los que tienen la posta: todos estaríamos un poco locos. Lamentablemente para ellos, no todos sufrimos... Aunque suele ocurrir que los demás sufran por uno: la vergüenza es un buen ejemplo. También los hay más crudos.
Curiosamente, al psicoanálisis, más de una vez se lo ha acusado- entre otras cientos de acusaciones- de esta suerte de furor diagnóstico: que para los psicoanalistas, el que no es psicótico, es neurótico (o perverso) por ejemplo, y viceversa. Se han apoyado incluso en dichos de Freud, quien ciertamente ubica a la neurosis del lado de la normalidad. Lamentablemente, el atolondramiento y las respuestas anticipadas suelen ser buenos profetas de la equivocación.
Si nos atenemos a la definición arriba expresada de la patología, nos encontramos con que el sufrimiento, el daño, el deterioro, son claves a la hora de diagnosticar una enfermedad. El HIV, por ejemplo ¿Es una enfermedad? No, es un virus. En el peor de los casos, el virus HIV puede causar de una enfermedad, el SIDA, con todas sus cuestiones. De todas maneras, esto no salva las distancias, ni absuelve del fundamento: Cuando Freud habla de la neurosis como la normalidad está hablando de una cierta organización psíquica, una organización en la cual ha tenido lugar el mecanismo que él llama represión, y se han podido constituir un aparato psíquico más o menos estable, organizado.
Lacan procura ordenar esta cuestión porque, como suele decir, Freud nos ha dejado muchas cosas sin responder. Entonces, el maestro francés vuelve a la obra freudiana, y habla de estructuras subjetivas; dice que hay tres estructuras subjetivas posibles: la neurótica, la psicótica o la perversa. Pero cuando Lacan habla de estructuras subjetivas, de ninguna manera está hablando de patologías, sino más bien de tipos de organización subjetiva que no implican, de ninguna manera, ni el desencadenamiento de una psicosis clínica, ni el estallido de una neurosis, ni el establecimiento de la perversión como manera privilegiada de goce.
Un pequeño ejemplo: Hace algunos años charlaba con un amigo, en casa. Cerca nuestro, en una mesa, estaba la base de un teléfono inalámbrico. Sin embargo, el teléfono no estaba en su base, como debía ser, sino que descansaba sobre la mesa, a escasos centímetros de la base. A medida que la conversación avanzaba, pude notar que mi interlocutor estaba algo distraído- uso esa palabra porque decir nervioso sería demasiado-. La conversación continuo durante largos minutos, hasta que no aguantó más: a la vez que me decía perdón, pero tengo que hacerlo, mi querido amigo tomaba el teléfono rápidamente y, aliviado, lo acomodaba en su base. ¡Ahora sí!, exclamó, y suspiró... luego me miró, y ambos comenzamos a reírnos. Mi comentario fue: ¡Ah! finalmente, mostraste la hilacha.
¿Basta este singular hecho para hacer un diagnóstico de enfermedad mental? ¡No, claro que no! ¿Basta para reconocer la estructura subyacente? En gran medida. Así como el ojo experimentado puede reconocer cualquier especie de planta con tan sólo tener acceso a un pequeñísimo trozo de hoja - dado que la estructura de la planta se repite íntegra en cada uno de sus elementos -, el oído entrenado puede reconocer la estructura subjetiva detrás de la manifestación. Pero, entonces ¿Este amigo mío, está loco? A decir verdad, todavía no ha dado señales claras. Ni de locura ni de normalidad
Entonces, arriesgándome a una simplificación que aunque necesaria puede ser malentendida, voy a decir que se trata de tendencias. Por eso es que Lacan afirma que "no se enferma quien quiere, sino quien puede": debe existir cierta predisposición a la enfermedad, no basta con que la subjetividad esté estructurada de una u otra manera.
A esta altura, quizás parezca que me fui de tema. Y aunque las apariencias engañan, en este caso es posible que sean sinceras: tenía mucho para decir. De todas maneras, aun no he dicho todo.