Al Pan, Pan; y al Vino, Vino

Una de las críticas (prejuicio) que se nos suele hacer a los psicólogos toca directamente a la técnica: "para ir a hablar con un tipo, que encima no lo conozco, y contarle mis problemas, para eso hablo con un amigo."

Ciertamente, hablar- el sólo hecho de hablar de lo que nos ocurre- alivia el padecimiento. Esto no es ninguna sorpresa. Y la crítica sería más que justificada si hacer terapia se tratara- efectivamente- sólo de hablar. Pero las cosas son un poco más complicadas, dado que no se trata sólo de eso: lo importante es que, además de hablar un montón, se diga algo que importe. Jacques Lacan diría "Algo que importe en lo real". Es decir, algo que toque a la cosa que molesta, algo que diga del padecimiento.
Así reformulado, se puede entender que nuestro trabajo como profesionales de la salud mental sea escuchar. No oír, sino escuchar; diferencia que vengo machacando en varios artículos, pero que nunca está de más recordar, por dos razones principales: primero, porque es fundamental, la escucha es la técnica del psicólogo; y segundo, porque muchos profesionales suelen olvidar la primera razón (aquellos profesionales que terminan por ser justificación de los prejuicios más absurdos, haciendo de la disciplina una caricatura)

Entonces, dicho esto ¿Qué justificaría ir a hablar con un psicólogo y no con un amigo? ¿Qué puede decirnos un psicólogo- luego de escucharnos- que no pueda decirnos un amigo? Eso depende de qué esté uno dispuesto a decir, y de qué el profesional pueda escuchar.
Pero, como psicoanalista, me veo obligado a recordar y seguir insistiendo sobre una cuestión básica, pero no por eso menos fundamental. Son unas palabras de Lacan, que dicen así: "El psicoanalista sin duda dirige la cura. El primer principio de esta cura (...) es que no debe dirigir al paciente.", lo que, en criollo, quiere decir que no estamos para decir al paciente qué debe hacer con su vida- qué es lo mejor para él-, ni para darle consejos, ni para realizar juicios o valoraciones morales, ni para educarlo. Estamos para escucharlo y dirigir la cura, a partir de esa escucha.

Lamentablemente, existen aun profesionales que entienden que su título los habilita como ejemplos de vida, sabios consejeros, maestros, guías espirituales y/o educadores. Y hay pacientes que buscan exactamente eso ¿El resultado? Un profesional con el ego inflado hasta casi explotar y un paciente que no va a ningún lado más que a la fascinación y consecuente identificación con su nuevo modelo de ser humano. Lo cual no es muy distinto a aquel amigo que uno escucha  hipnotizado, deseando que todo fuese tan simple como su sanción.

El amigo siempre tiene algo para decir, una solución mágica... pero que en muchos casos aplica para él mismo, y no para quien lo consulta. Mientras que el psicólogo- en el mejor de los casos- debe poner todo su empeño en escuchar al consultante, y no estar pendiente de qué fórmula de su propia vida, o que funcionó con otros pacientes, puede ser la salvación. Más aun: es su deber ético prácticamente olvidar su propia vida por un rato: neutralidad y abstinencia quieren decir exactamente eso: que el profesional, cuando atiende, no es Carlitos Pérez, con 3 hijos, un perro y una hipoteca por pagar. Atender viene de atención, entonces, cuando se atiende se debe prestar atención; a lo que el paciente dice, no a lo que nosotros pensamos, o a lo que vamos a decirle cuando haya un stop en su discurso. Sólo si escuchamos, vamos a poder ayudar. Y ayudar, en nuestra profesión, no es dar soluciones mágicas, efectivas por su rapidez (aunque de corta duración), sino más bien dirigir al paciente al encuentro con su responsabilidad en el asunto, y a partir de allí, con la solución.

Finalmente, quiero dejar claro que los amigos son- efectivamente-, en muchos casos, la solución a todos nuestros problemas. No porque tengan la solución, sino por el hecho mismo de existir y estar allí para escucharnos... a su manera, pero nunca está de más agradecérselos.

Introducido el tema, los invito a ver estas publicidades muy divertidas, pero no sin antes señalar que, si bien el amigo puede puede ser considerado muchas veces un psicólogo sin título; la función del psicólogo no es- bajo ninguna  circunstancia- ser un amigo con título.